Comentario
La sociedad hispana de comienzos del siglo V no era una sociedad cohesionada. Los senadores y aristócratas se oponían tenazmente a los bárbaros al igual que la alta jerarquía de la Iglesia Católica. Así, los bárbaros penetraron en una sociedad que no tenía fuerza para rechazarlos ni para someterlos, pero tampoco la flexibilidad necesaria para asimilarlos. Entre los bárbaros sólo una parte de sus jefes, militares, aristócratas de la guerra en palabras de Brown, se dejaron absorber por el prestigio, la cultura y el refinamiento de la sociedad romana, como Teodorico, rey de los ostrogodos, quien afirmaba: "Un godo capaz quiere ser como un romano; sólo un romano pobre quiere ser como un godo". En Hispania, los bárbaros nunca fueron asimilados totalmente y durante el siglo V permanecieron como una casta guerrera asentada al frente de una sociedad que los soportaba con el mayor distanciamiento posible. La poca huella dejada en Hispania a lo largo de sus dos siglos y medio de dominación -en comparación con el mundo romano o, posteriormente, con el árabe- es, a la larga, el argumento más claro de esta difícil convivencia.
Ya hemos insistido anteriormente sobre la existencia de una sociedad fuertemente piramidal en la Hispania bajoimperial. El comportamiento de la aristocracia es el que determina la actitud ante los bárbaros. Si hubiera existido, como en la época altoimperial, una amplia y poderosa clase media, la situación hubiera sido diferente; pero la burguesía urbana era prácticamente inexistente y en el grado inferior de esta pirámide social sólo se encontraban los humiliores, a quienes muy poco les importaba quiénes fueran los que detentaban el poder. De estos humiliores hay que separar a aquellos que, reducidos a la miseria total, desarraigados de la sociedad, habían pasado a formar parte de bandas movidos por el odio, como señala Hidacio, que actuaban primero contra las grandes propiedades hispanorromanas y la Iglesia, después en favor de los bárbaros durante las invasiones del año 409 y, frustradas sus esperanzas de cambio, continuaron durante los siglos posteriores actuando contra la nueva aristocracia y constituyendo una reserva potencial a utilizar en las numerosas guerras de la nobleza. En esta época el término con el que eran conocidos es el de bagaudas.
Después de la proclamación como emperador del usurpador Constantino III, éste envió a su hijo Constante con el fin de dominar Hispania. Zósimo dice que con esta acción pretendía tanto incrementar su poder como poner fin al dominio allí ejercido por los parientes de Honorio. Conocemos la resistencia que los ejércitos de siervos (o ejércitos rústicos en palabras de Gibbon) de Dídimo y Veriniano presentaron a Constante y Geroncio, general de las tropas. Este se vio obligado a solicitar refuerzos a fin de asegurarse la victoria. No obstante, había más parientes de Honorio en Hispania. Conocemos al menos a otros dos, Lagodio y Teodosiolo, hermanos de los anteriores (según Sozomeno) que no participaron en la campaña contra Constante, sino que ambos huyeron de la Península, uno a Italia y el otro a Oriente. Lo interesante de estos acontecimientos, en relación con el conjunto de Hispania, es que nadie, excepto parte de los parientes de Honorio, se opuso al nuevo emperador ya fuera por descontento con la administración de Honorio o porque la nueva situación no parecía que fuera a afectar a sus intereses o por los riesgos que implicaba hacer frente a un ejército profesional con un ejército de campesinos. La legión estacionada en la Península había sido neutralizada; el cambio de los mandos militares legionarios había sido una de las primeras medidas del usurpador Constantino III. Además, las tropas hispanas venían demostrando un alejamiento de las luchas dinásticas.
Después de la victoria, quedó Geroncio como representante del nuevo poder en Hispania. Este estableció su residencia en Caesaraugusta (Zaragoza) y situó a las tropas galas que se habían quedado con él como tropas de defensa de los pasos pirenaicos "por más que las legiones de Iberia hubiesen solicitado que, según era costumbre, se les confiase a ellos la guardia y no quedase la seguridad de sus tierras en manos de extranjeros", nos dice Sozomeno. Opinión expresada en términos semejantes por Orosio. Ambos autores coinciden en la trascendencia de esta medida que lesionaba los intereses y el sentido autóctono de la diócesis. El descontento hacia esta medida de sustitución de las fuerzas defensivas parece que fue general. A partir de entonces Geroncio introduce una serie de cambios entre los personajes que le habían acompañado que despierta sospechas en Constantino III.
De nuevo envía a su hijo Constante a Hispania. Los acontecimientos posteriores han sido interpretados de forma muy diversa por unos y otros historiadores. Las fuentes antiguas son confusas y a veces contradictorias. Así, mientras para algunos autores -como J. Arce- se establecería una colaboración entre una parte del ejército de Hispania, adicto a Geroncio, con los bárbaros situados al sur de las Galias -en Aquitania- a fin de utilizarlos en el inminente enfrentamiento con Constante, otros autores -A. Chastagnol, entre otros- creen que fue el césar Constante quien estableció una alianza con estos bárbaros y obtuvo su ayuda a cambio de la promesa de entregarles la mitad occidental de la Península, opinión que nos parece se ajusta mejor a los acontecimientos posteriores. En todo caso, Hispania se encuentra en estos momentos claramente dividida entre los partidarios de Geroncio, los seguidores de Constantino III, los partidarios del emperador oficial, Honorio, y los bagaudas proclives a los pueblos bárbaros. Hidacio alude a la alianza que estos rebeldes establecieron con los suevos, participando en las operaciones de violencia y rapiña conjuntamente, en los primeros momentos de penetración de los bárbaros en Hispania.
En medio de este complejo panorama, Geroncio, desvinculado ya totalmente de Constantino III, procede a nombrar un nuevo emperador para Hispania. Este, llamado Máximo, era un cliente suyo, es decir, un personaje de la aristocracia local hispánica, vinculado y adicto a Geroncio.
La medida puede entenderse como un último intento de aglutinar a los aristócratas hispanos en torno a un emperador autóctono, pues como señala Brown "durante esta época se habían endurecido las fronteras y se había despertado un sentimiento más agudo de la propia identidad que había conducido a una mayor intolerancia respecto a lo exterior". En todo caso, Geroncio fracasó en sus planes. En el año 409, tras la derrota frente al hijo de Constantino III, los suevos, vándalos y alanos penetraron en Hispania, ocupando el oeste y el sur de la Península y en el año 411 el emperador Honorio logró acabar con el usurpador Constantino III. Así, finalmente, la Península había quedado dividida: una parte del territorio hispano estaba en manos de los bárbaros, mientras la otra parte estaba bajo el control del emperador Honorio.